Volví a entrar al Avellaneda, colegio donde transcurrió toda mi secundaria. Aquellos años fueron
los setenta, época por demás cambiante y convulsionada. Allí viví esos poderosos días de la
adolescencia cononociendo a quienes fueron mis compañeros, hoy amigos sesentones,
hoy guerreros (nos gustó llamarnos así por los sucesivos cambios que enfrentamos con temple.)
Hoy entramos, de nuevo, ocho señores con el cuero curtido y la ilusión intacta. Las ganas improbables
de asomarnos a un pasado que había fallecido antes de que empezara este siglo, pero que igual
queríamos olisquear. La excusa que nos convocó fue la presentación de urgencia de mi libro.
Digo “de urgencia” y sólo lo hago por el tiempo insólito en que se armó. Entramos al aula de quinto
cuarta, tal vez el año más recordado por ser el final. Los bancos eran bastantes menos y muy
distintos. Fueron muchos los “¿te acordás?” y muchas las sonrisas que regalamos al vacío o al
fantasma del joven estudiante que fuimos. Algunas cosas del edificio habían cambiado, así como
también había cambiado y mucho el alumnado, tanto por el paso del tiempo como por el cambio de los
tiempos. Y hubo que entenderlo, supimos aceptarlo, pudimos saberlo y sentirlo. Lo que nos
impactó de entrada terminó siendo un rasgo más que tomamos con cariño, el cariño maduro de
quien acerca una mano a un lugar que desconoce. y todos lo agradecimos. Por supuesto que hubo un
acto o charla de algo menos de una hora de duración donde hablar de mi libro y lo que lo rodea, fueron la excusa exacta para compartir la
biblioteca con los actuales alumnos y profesores que escucharon con educada atención y afectuoso
respeto. Hubo una rectora casi anarquista, pero convencida y culta que nos abrió las puertas del
colegio, del presente y de sus pasiones. El último rato lo pasamos en la rectoría que nos presentaron
como el cuarto que nos puede albergar siempre que lo querramos. Y estuvieron la fotos, las risas,
los abrazos, sorpresas y miradas profundas.
Los ochos guerreros salimos conmovidos y cada cuál tenía sus razones para estarlo. No sé si la
circunstancia de volver al colegio nos forzó a cerrar un ciclo, a explicarnos el presente o
entender nuestro propio pasado. No importa. Sé que vivimos una situación imborrable,
especial, inesperada tal vez, pero que valoramos.
“Hubo un tiempo que fue hermoso” dice la famosa canción de Sui Generis de auquellos años adolescentes.
Lo fue, desde luego, el vivido en la secundaria en nuestro querido Colegio Avellaneda,
pero también lo fue éste, tan distinto e inolvidable, que vivimos anoche.
Marcelo Passano, 17 de mayo 2024.
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